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El registro documental del constitucionalismo de Jesús H. Abitia
Por: Angel Miguel. (Página 4)
La campaña continuaba y Abitia, sumado otra vez al ejército de Obregón, filmó sus evoluciones contra los villistas, al mismo tiempo que trabajaba en una nueva serie de postales. En la batalla de La Trinidad (mayo de 1915), una granada explotó a sus pies, pero su equipo cinematográfico le salvó la vida recibiendo la metralla. Por eso Obregón, quien pocos días después perdería un brazo en un percance similar, hizo el reconocimiento explícito de este propagandista de su causa, “quien con mucho arrojo y en circunstancias verdaderamente peligrosas se dedicaba a tomar vistas cinematográficas de los combates”.

Es posible que Abitia editara una nueva versión de la cinta agregando los episodios que llevaron a la derrota de los convencionistas y al triunfo final del constitucionalismo, para mostrar, ahora sí, un proceso victorioso terminado, que en este caso hubiera sido el proceso victorioso por antonomasia, ya que los constitucionalistas no volverían a perder el poder. Sin embargo, hasta la fecha no se conocen datos de que se haya exhibido en México, durante la revolución, un nuevo montaje suyo.

La principal fuente de imágenes en movimiento producidas por Abitia que actualmente es accesible es Epopeyas de la revolución, editada por Gustavo Carrero en 1961, sólo unos meses después de la muerte del cineasta. Se trata de una cinta sonora que cuenta el desarrollo de la revolución maderista y constitucionalista, y cuya parte más destacada son las tomas hechas entre 1913 y 1917. La película fue tal vez producida pensando en su utilidad para la formación de soldados, obreros y campesinos en exhibiciones privadas, en las que se exaltara la ideología del régimen surgido de la revolución que se consolidó en el poder a fines de los años veinte.

Aunque Epopeyas de la revolución no conserva la estructura ni el ritmo de montaje originales, pues las escenas sirven para ilustrar un guión moderno leído en off, sí permite apreciar la fuerza de las imágenes de Abitia. Vemos en ella a las figuras de Carranza, Obregón y otros jefes dirigiendo acciones en el campo de batalla; vemos impactantes escenas de guerra: tropas al asalto, trenes descarrilados, cañones en acción, fusilamientos, cadáveres enterrados en fosas comunes, miembros amputados, así como grupos desfilando victoriosamente por las ciudades conquistadas; vemos indios yaquis combatiendo con arcos y flechas junto a barcos, trenes y aviones, y vemos, en fin, diversos paisajes campestres y urbanos. El sentido de Epopeyas de la revolución es evidentemente pro-constitucionalista, y aunque hay unas pocas tomas de Villa y Zapata, son utilizadas –seguramente como lo hubiera hecho el propio Abitia– para exaltar por contraste a Carranza y Obregón. Tal vez las imágenes más poderosas en un sentido propagandístico son las que muestran a este último a caballo, dispuesto a continuar la lucha una vez que ha quedado manco después de la batalla de Celaya. El montaje es rudimentario pero las imágenes de Abitia dan movimiento a la película y la hacen interesante por su variedad formal: hay tomas desde trenes y edificios, multitudes filmadas desde distintos ángulos, planos cercanos de batallas, diversos movimientos de cámara, y una curiosa escena en la que se ve a Carranza y Obregón ir y venir apaciblemente por una sala del Castillo de Chapultepec una vez terminadas las luchas. También hay grandes planos generales en los que se ven evoluciones del ejército y que recuerdan a escenas filmadas en la misma época por Griffith. Lo único que extraña un espectador contemporáneo –y que de hecho casi ningún documentalista mexicano utilizaba en la época– es el acercamiento a los rostros; pero esto se compensa con una impactante toma cercana de la mano cercenada de Obregón. En las imágenes conservadas destaca, por otra parte, la belleza con que se representan los monumentos y las calles de diferentes ciudades, lo que recuerda que el cineasta fue también un exitoso fotógrafo.

Abitia no parece haber pensado en el cine como un complemento de la fotografía (o viceversa), sino más bien que ambos medios reforzaban un mismo mensaje. Y es que las postales y las películas estaban dirigidas a diferentes públicos. Mientras que el cine se orientaba hacia un espectador masivo, no necesariamente convencido de las virtudes del constitucionalismo, y sobre el que había que incidir a través de imágenes que mostraran la fuerza de esa causa, los consumidores de postales eran probablemente –como he sugerido antes– los soldados y mandos del propio ejército, que a través de ellas recordaban hechos castrenses, reforzaban convicciones, se demostraban a sí mismos –o se lo contaban a familiares y amigos– su valor. Por otra parte, el mensaje tenía que repetirse porque a pesar de su publicación en series, las postales no podían suplir la narración estructurada de una película debido a su mismo consumo como piezas individuales. De cualquier forma, sería muy interesante hacer un análisis detallado de las relaciones entre las imágenes en movimiento y las fijas, que tal vez serviría, entre otras cosas, para establecer la estructura de la película perdida.

Los fragmentos cinematográficos y las postales que se conocen dan fe del profesionalismo de Abitia y de su interés por la composición bella, el encuadre novedoso, la experimentación formal. Por eso estas obras, creadas originalmente con una intención propagandística que las volvía en principio efímeras, se han convertido con el paso del tiempo no sólo en una fuente importante para el conocimiento de uno de los periodos cruciales de la historia moderna de México, sino también en el testimonio de un auténtico artista de las cámaras que aún espera el momento de su revaloración.
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Fundación Toscano IAP | México, D.F. Junio de 2005